domingo, 9 de noviembre de 2008

Idea...

Es siempre a partir de una idea donde la literatura comienza y termina cobrando sentido.
No me refiero a temas, cuestiones o asuntos genéricos; más bien a esas caprichosas imágenes conceptuales reflexionadas por un instante en la mente; aun fantasías de ingenios intrínsecos en sí mismos, los cuales se valen incluso de obsesiones, caprichos o hasta manías aspirando a toparse con sus propios argumentos ideales.
En otras palabras, podría decirse que es la fijación subjetiva y microscópica dentro de un tema, de la cual brotarán poco a poco, luego de muchos ensayos, las palabras exactas; mezcla de discernimientos –la llamada transpiración- e inspiración.

Al tenerse clara la idea en particular, la transpiración –el trabajo pesado de arrastrar la pluma o teclear frenéticos- logra sintetizarse en muy buena parte; reduciéndose a la interesante experimentación de unas cuantas variables; y si hay talento, la inspiración se encargará de impregnar el desarrollo del concepto, convirtiéndose en el ingrediente principal del escrito al proporcionarle profundidad en todo sentido a la idea original.

Aun cuando dicha idea a veces brota o se modifica con hondura e intensidad durante el desarrollo del trabajo, provocando el replanteamiento drástico o somero de los demás factores, aquella luz siempre surge en fracciones de segundo en la mente; mientras la inspiración y la transpiración invariablemente van de la mano y su proceso de maduración puede durar horas o años. Pero la idea, el chispazo creador de todo, ahí está ya como base insustituible en el futuro texto, pues sin ella nada de lo demás tendría sentido verdadero.

Es mentira, al menos en literatura, que todo se base en un noventa y nueve por ciento de transpiración y un uno por ciento de inspiración; y es que la misma historia nos enseña que ideas originales es lo más difícil de encontrar dentro de la imaginación; a pesar de que la práctica constante ayuda a desarrollar destrezas y estas a la vez el genio necesario para desmenuzar ideas antes de comenzar a desarrollarlas.

Pero no hay que confundirse. La inspiración en sí no genera la idea. Esta más bien es una especie de dialecto instantáneo e irrepetible creado por nosotros en la mente por medio de una aguda y afortunada “transpiración” de las neuronas conectadas con sutiles y desconocidas atmósferas reales; por lo tanto nunca se revelan cuando las buscamos premeditadamente.
Sin ideas trascendentes, la literatura resulta tan plana como una fría combinación numérica. Más importante que esos porcentajes inspirados y transpirados, lo son un lápiz y una hoja de papel en el bolsillo para atrapar esos escasos chispazos, en el lugar y momento menos sospechados, incluso menos inspirados de nuestra vida.

1 comentario:

BaRyOnYx dijo...

La inspiración en sí no genera la idea


cta verdad en una simple frase culiado...cta verdad.

nos vemos nico!!!!