lunes, 16 de junio de 2008

Mentir

El otro día pelotudeando con el windows live messenger nos pusimos a hacer algo interesante con una amiga, Celeste se llama.

No le pregunté si quería que lo publicáramos pero, como verán, no me interesa.

Tenía que hacer un ensayo sobre algún tema particular cualquiera fuera para una materia y le ayudé a hacerlo. Decidimos hablar sobre "la mentira"

El resultado, acá lo ven:

La Mentira


Una de las cosas que más me irrita en la vida es LA MENTIRA.

Desde chica mi madre me decía "no hay peor cosa que me mientas", "te puedo perdonar todo menos las mentiras". Y definitivamente eso es parte de mi herencia.

He dedicado horas enteras de mi existencia tratando de entender qué impulsa a una persona a mentir.

¿Me miente? ¿Te miente? ¿Se miente?


Hipótesis varias: mentir para burlarse del resto, mentir para sentirse aceptado, mentir para lograr un objetivo, mentir por no poder aceptar la propia realidad, mentir por ser víctima de sus mentiras al punto de creérselas como verdaderas.


Las mentiras pueden tener diversos disfraces: mentira piadosa, ocultamiento, broma, omisión, cambio de lo real para no herir... ¡Más mentiras!


Y en medio de todo esto el dicho popular "la mentira tiene patas cortas"... ¡Gracias a Dios! Pero a veces lleva mucho tiempo ver que dicha frase es bastante (por no decir del todo) real.


Mientras uno "compra" la mentira es imposible distinguir fantasía de realidad. Generalmente hay una etapa intermedia donde empiezan a aparecer indicios de que algo (o todo) "no es tan así" y está en uno verlo o dejarlo pasar según el grado de beneficio y/o comodidad que hay en esa creencia. Y cuando cae el velo y se descubre que era una mentira ¡tantas cosas pueden pasar!

En mi caso particular un torbellino de palabras me atormenta: "ingenua", "boba", "crédula", "no puede ser", "¿qué gana una persona al mentir?", "¡¿cuándo aprenderé a desconfiar de la gente?!" "¿es bueno desconfiar?"


Obviamente todo esto es acompañado por sentimientos: asombro, bronca, enojo, dolor, resignación, más bronca...


Luego de superado este momento (por suerte...o no) mi actitud cambia frente al autor de LA mentira pero continúo creyendo en la gente y en que muchas personas no mienten por no encontrarle sentido al acto de mentir.

Desde que somos pequeños, nuestros padres y maestros empeñan mucho tiempo de sus vidas en tratar de que aprendamos a utilizar cada uno de nuestros sentidos. Pero, lo que nunca nadie nos enseña es a descubrir las intenciones ajenas. Eso lo tuvimos que ir aprendiendo solos, sin ninguna guía clara y muchas veces a golpes y porrazos. Es claro, entonces, que las personas no aprendemos a confiar, si no a desconfiar.

Los niños aprenden a mentir poco a poco, casi sin darse cuenta, a veces por casualidad, y es en ese momento que dejan de ser niños. Nuestras primeras mentiras infantiles se acompañan de rubor, síntoma que poco a poco aprendemos a dominar, para transformarlo en el de ojos cerrados y apretados que luego se convierte en un pestañeo regular, hasta que por fin, un día, nos damos cuenta de la posibilidad de no ser descubiertos, de nuestra impunidad, y entonces somos capaces de mentir descaradamente, sin pestañear. Cada persona, por supuesto, desarrolla el sentido de la mentira de manera diferente, hay quienes nunca sobrepasan el estado del rubor.

Pero no olvidemos que durante ese aprendizaje de la mentira propia, también vamos aprendiendo a descubrir las mentiras ajenas; así, muchas veces nos basta con mirar a otra persona a los ojos para saber si podemos confiar en ella o no.

En la prehistoria, cuando aún no se desarrollaba el lenguaje hablado, los seres humanos se comunicaban por medio de gestos, tal vez por telepatía... Y en ese comunicar por gestos había una gran necesidad de mirarse, de ver los ojos de quien estaba transmitiendo una idea. Y yo me pregunto si en ese entonces existía ya la mentira humana...

Lo que sí me parece certero es que al desarrollarse el lenguaje hablado que permitió intercambiar ideas cada vez más complejas, también se fue desarrollando paralelamente una aptitud para mentir cada vez mayor, por el simple hecho de que se podía ocultar una idea en medio de muchas otras. Además, es más fácil mentir pronunciando cuatro palabras: 'yo no lo hice', que mostrarlo con un gesto, porque al hacer un gesto, inevitablemente debemos mirar a nuestro interlocutor para estar seguros de que nos está poniendo atención, mientras que al decir una frase no tenemos necesidad de mirarlo para saber que nos está escuchando. Y es seguramente ese hecho, el poder prescindir de mirarse a los ojos que fue facilitando la posibilidad de mentir.

La escritura fue un paso más en el ocultamiento de la verdad, porque las personas pudieron comunicarse entre ellas sin necesidad de encontrarse en el mismo lugar al mismo tiempo, y mentir debe haberse convertido, seguramente, en un juego de niños para muchos.

Ahora bien, ¿a qué me refiero cuando hablo de mentir? Al hecho de ocultar la verdad, es cierto, pero ocultarla con un fin bien determinado que es sacar alguna ventaja personal y mezquina. Porque quienes escriben lo saben bien: las historias que imaginan no son reales, pero nunca se nos ocurriría llamarlas mentira.

A menudo me pregunto, ¿cuándo empezamos a mentir? Y me auto respondo: cuando empezamos a temer...

El niño de 5 años que muestra, sin la más mínima habilidad, su mentira a la mamá al decir que no ha sido quien tiró el jarrón al suelo y lo hizo añicos.
El adolescente que dice a su padre que no ha fumado en esa fiesta organizada en casa de su amigo y sin embargo su aliento apesta a tabaco.

Se aprende pronto que la mentira amortigua los golpes de la vida, cuando no los anula momentáneamente. Pero, ¿durante cuánto tiempo? Es tan catastrófico lo que ocurre cuando descubrimos la verdadera cara de las cosas después de haber estado tanto tiempo con aquella venda que nos cegaba y que nos ridiculizaba. Es prácticamente irreparable el daño causado a aquellas personas a las que les mentimos... Y parece ser más doloroso cuando el daño es hacia nosotros mismos.

Mentir es relativamente fácil, si bien no todas las personas tienen la misma habilidad. Lo difícil es dejar de hacerlo, hacerse cargo de lo que realmente es, tener la valentía para admitir lo que hemos hecho.

La verdad te hará libre” reza un proverbio muy sabio. Cuando mentimos, estamos atados a lo que dijimos, viéndonos obligados a sostener aquella blasfemia a tal punto de que se vuelva indiscutible. Y eso no es más que crear más calumnias. Nos esforzamos para que la mentira triunfe, sin ser concientes de que la verdad es sinónimo de libertad, de honestidad y de confianza. Tenga el peso que tenga, el confesar la verdad siempre aliviana el alma.

Hay quienes llegan muy lejos en su aptitud para mentir, hasta desarrollar métodos a veces sofisticados de manipulación de los demás. Y ese poder de acción sobre la voluntad ajena llega a veces a proporcionarles un placer tal, que su vida comienza a girar en torno a la búsqueda de 'víctimas' propicias. Son seres enfermos, psicópatas, incapaces de sentir el dolor ajeno, que no pueden conocer la fraternidad ni la solidaridad.

Podría compararse la mentira con los virus. Hemos aprendido a convivir con ellos y no nos afectan más que cuando lo que antes nos protegía de ellos deja de protegernos.

¿Qué sería de todo el comercio mundial sin la mentira? No existiría comercio, (al menos tal como lo concebimos en el momento actual). ¿Y de la distintas Iglesias? ¿Y de la Política?

Omitir deliberadamente toda la verdad ¿puede considerarse mentir?
Si todo lo que nos dicen respecto a algo es cierto pero omiten justo lo que les interesa para captar nuestra atención, nuestro dinero, nuestro amor, nuestra simpatía, nuestro apoyo moral, nuestro voto y un gran etcétera, nos están mintiendo con todas las letras. Eso apoya la teoría de defenderse mintiendo también: estamos en nuestro pleno derecho a justificarnos; lo que nos hace caer en un círculo demasiado vicioso, demasiado costoso.
Pero la mentira engorda y se hace fuerte, se envanece de sí misma y multiplica sus efectos devastadores, cuando es engendrada por uno mismo y para sí. Entonces toma características de bola de nieve pendiente abajo y asola por donde pasa sufriendo sus consecuencias. Somos personas contagiadas del virus y contagiamos a los demás... bueno, a quienes están en condiciones de contagiarse.

Su prima-hermana, la hipocresía, forma su “Corte de Honor” junto con el disimulo y la cobardía... EL MIEDO, en una palabra.

Pero hablar de la mentira sin hablar de la verdad no es del todo equitativo ni razonable: se hace cada día más difícil engañar, y si no, preguntémosle a alguna de las multinacionales, cuyos equipos de ideas para promocionar sus productos son cada día más jóvenes y con gran intuición para manejar la psicología de los consumidores. Y se hace cada día más difícil vivir con la verdad en la mayoría de las situaciones. Preguntemos a empleados con contratos de miseria si pueden decir con valentía y claridad a sus empleadores todo lo que se les viene a la boca en todo momento, a una de las partes de la pareja, a los alumnos con sus profesores, a un ciudadano cualquiera cuando siente en su corazón que no está bien lo que ve pero calla.

¿Un antibiótico? ¿Una vacuna? Quizá con el tiempo, con mucho tiempo, la tengamos, mientras tanto no estaría de más frecuentar poco ambientes donde prolifera el virus, activar nuestras defensas naturales con exhaustivos análisis de nuestras propias mentiras y no colaborar con las más virulentas.

Concluyendo, creo todos los humanos mentimos, pero solo los que son personas son capaces de decir la verdad. Todos merecemos conocer la verdadera cara de las cosas y tal vez todos debamos comprender que es preferible un infierno fiel y no un cielo mediocre. Así, tal vez, algún día, nadie se atreverá a mentir... y será entonces cuando todos y cada uno de nosotros será libre.

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